La orientación nos hace pensar en mapas. Hoy empezaré aludiendo a un mapa un tanto peculiar, la "carte du pays de Tendre" (algo así como "mapa de la región de Ternura"). Se trata de una geografía imaginaria, desarrollada en los salones de las preciosas. La idea partió, al parecer, de Clélie, Histoire romaine, de Madeleine de Scudéry, escrita en el Siglo XVII. El mapa sirve, precisamente, para orientarse en un mundo incierto, en el que algunas pasiones podrían desviar al iniciado de su objetivo final, que no es sino cierta versión del amor y, por tanto, de la felicidad cortés. Vemos ahí una idea de orientación, un discurso, en este caso literario-moral, que tuvo su éxito en su época. [1]
¿Qué tiene esto de actual? Aparentemente nada.
Eso pensaba yo. Pero hace poco, en la mesa de al lado de un café de Barcelona, había una extraña pareja. Se trataba de una especie de psicólogo-coach, que hablaba (y mucho) con su llamémosla clienta, aunque ella también hablaba bastante. Y ambos lo hacían con un volumen de voz que facilitó mi papel como curioso.
Lo que más me llamó la atención fue una retórica en la que el discurso más pragmático-posmoderno se aliaba sin ningún tipo de problema con una descripción pormenorizada de todo lo relacionado con los sentimientos, sus matices, sus gradaciones... sentimientos que se habían sentido, o que sin duda se sentirían en tal o cual oportunidad futura o previsible.... y también el hecho de que lo que el coach proponía era una especie de viaje metafórico, un recorrido por una selva de sensaciones, experiencias, situaciones... Se trataba de un sendero complejo, lleno de inconvenientes, incluso peligros, a lo largo del cual se debía favorecer determinados signos, desconfiar de otros, pero que, por supuesto, estaba destinado a llegar a Algún Lado, el lugar de una felicidad razonable prometida a quien se sometiera a esa sabiduría.
Yo no sé si fue también por el tono meloso y afectado del tal coach, pero en el momento en que se despidieron con un beso en la mejilla y él dijo algo así como "adiós guapísima", tuve una especie de revelación. Me dije: "He aquí la nueva Carte du Pays de Tendre".
En efecto, el coach bien hubiera podido decirle a su clienta que se puede alcanzar la ternura, o sea, el buen amor, por tres causas diferentes, si me permiten parafrasear el texto de Clélie: ya sea por una gran estima, o por reconocimiento, o por inclinación. Y no me hubiera sorprendido nada si, en el fervor de la conversación, las metáforas y las analogías hubieran alzado el vuelo para proponerle a la aprendiza tres caminos diferentes para llegar a su destino. Por ejemplo, diciéndole que se trata de atravesar tres ríos que, en el país de Tendre, llevan los nombres respectivos de Inclinación, Estima y Reconocimiento. Aunque, eso sí, evitando el lago Indiferencia y sin acercarse en exceso al Mar de las Pasiones, como nos aconseja Madame de Scudéry.
Los hombres y mujeres de hoy buscan, piden a menudo eso: orientación. Y lo que algunas veces se les propone, desde toda una serie de discursos, es un recorrido de vida. Con frecuencia, bajo la apariencia de un extremo pragmatismo, que no deja de ser un semblante, se les suministra sentido a raudales. Ahí el sentido, en su acepción semántica, se articula con la del sentido como dirección, un camino, lo cual no puede siquiera pensarse sin poner en algún lugar, de un modo explícito o implícito, un Norte, o quizás un Oriente.
Pero la orientación fue primero un asunto sobre todo geográfico.
En lo que a esto se refiere, podemos recordar que antes el hombre se orientaba por las estrellas, no por GPS. Se atribuye a Hipatia de Alejandría [2] en el Siglo IV, la mejora del astrolabio, instrumento que permitía la localización precisa de los astros respecto del horizonte, con aplicaciones no sólo a la astronomía, sino también a campos concretos como la navegación. Eso basto, por ejemplo, para descubrir las Américas.
El astrolabio sólo fue desplazado muchos siglos más tarde por el sextante, ideado, al parecer de forma independiente y casi simultánea en 1730, por Thomas Godfrey, norteamericano, y el matemático inglés John Hadley. Por otra parte, entre los papeles de Newton, Edmond Halley encontró todos los cálculos que hubieran sido necesarios para la construcción de un aparato similar. Luego, a lo largo del siglo XIX, la ciencia topográfica desarrollaría progresivamente, de un modo cada vez más preciso, la representación espacial de la superficie de la tierra, en una carrera que quizás empezó en Francia, por así decir, con la publicación de la Carte géométrique de la France, completada en 1789, fecha que tiene lo suyo.
Durante siglos, pues, la idea de orientación estuvo ligada a la aplicación de la matemática para despejar diversas versiones de la pregunta "dónde estamos y a dónde vamos", tomando siempre de algún modo a los astros como punto de referencia. Pero, en otro orden de cosas, el verbo orientar se había usado antes para referirse a la tendencia, constatada a partir del S. VIII, a construir las iglesias "orientadas" hacia el Este, o sea, hacia los Sagrados Lugares. Tendencia que retoma y mantiene el Islam, sustituyendo este punto de orientación por el que constituye otro lugar sagrado: la Kabaa de la Meca.
Sea como sea, el uso figurado del verbo "s'orienter", por ejemplo en francés, es bastante antiguo, y según el Littré se encuentra ya en Labruyère (S. XVII), referido a alguien capaz de desenvolverse ("se retrouver") en contextos que de entrada no le son familiares. Más tarde, el término "orientación", en sentido igualmente figurado y genérico, se empleó con cada vez más fuerza a partir de los años 50, aplicado a toda una serie de contextos, como por ejemplo la orientación profesional, la orientación política, etc. Podría decirse, pues, que el auge del término "orientación" corresponde a las manifestaciones de una creciente desorientación, esto es, cuando una serie de referentes tradicionales dejan de funcionar. Entonces, es preciso más que nunca orientarse.
En suma, puede decirse que los distintos usos del término orientación se distribuyen en un campo en el que por un lado está la religión y por otra parte la ciencia. Campo al que luego se suman otros discursos morales y formadores en una perspectiva laica. En cuanto a la ciencia, en particular, se trata de su larga lucha contra los semblantes. La ciencia aparece así, desde el origen, como una forma de situarse contra los apariencias, que recurre a la matemática como a un saber capaz de ubicarnos de un modo que no esté a merced de engaños.
Si el de "semblant" es un término que alza el vuelo en el contexto literario de la materia de Bretaña, asociado a la idea de un universo en el que las apariencias, a menudo engañosas, tenían un significado en última instancia religioso, "senefiance" (se trataba de un cosmos, por así decir, Neoplatónicamente orientado), la ciencia irrumpirá luego para permitir una interpretación más precisa de los semblantes, a partir del estudio de los meteoros.
A esto se añade a partir de cierto momento el cientifismo, como la ideología que trata de extraer de la ciencia indicaciones para orientarnos en toda una serie de dominios de la vida. El problema es qué va quedando en este largo proceso histórico de la deconstrucción de los semblantes. El hecho de que la "orientación", como disciplina educativo-moral, tome fuerza a partir de los años 50 no se puede entender sin las consecuencias de las grandes catástrofes bélicas de la primera mitad de siglo, además otros procesos que ya Lacan había situado perfectamente en su escrito "Los complejos familiares".
De cualquier modo, en la lucha contra los semblantes siempre ha jugado un papel u otro cierta noción de real. En última instancia, el término mismo de semblante convoca desde el origen, como su contraparte, el de real, en sus muy diversas acepciones. Eso es algo que está implícito en el proyecto mismo de la ciencia. Pero no se circunscribe a su ámbito.
Ciertamente, esta "quête (búsqueda) du réel", por contraponerla a la quête du Grial, no ha sido una empresa sin accidentes, sin contragolpes. Alain Badiou, por ejemplo, habla de la pasión de lo real como rasgo esencial del siglo pasado, me refiero al siglo XX. Rasgo que tomó, entre otras cosas, la forma de algunos intentos de crear un hombre nuevo, acabando con el antiguo. Proceso necesariamente destructivo si, según Badiou, "l’homme nouveau est destruction du vieil homme"[3]
¿Qué queda más allá de esos intentos de aplicar la ciencia a los asuntos humanos, también en el terreno de la política, mediante utopias que, a su modo, trataban de conducir a la humanidad (o a una parte de ella) a su verdadero destino? ¿Cuál es el saldo del Siglo XX, a partir del cual empezaría a contarse el Siglo XXI?
Podríamos preguntarnos si el Siglo XXI, en vez del siglo de la pasión por lo real, sería el de la pasión por el semblante. En cierto modo, respecto de algunos fenómenos localizados, esto sería sostenible. Pero me parece más acertado decir que se trata de un siglo en el que las pasiones por el semblante y por lo real se redistribuyen de un modo muy diverso, constituyendo una cartografía compleja. Se trata de un mapa, que, en una nueva versión del de Madame de Scudéry, sitúa las pasiones posmodernas en un paisaje abigarrado. En él, por ejemplo, ciertos descubrimientos de la ciencia sirven de puntos cardinales, convertidos en significantes amo que organizan un mundo por el que ahora se transita en una búsqueda de no se sabe muy bien qué. Eso sí, se trata de significantes que, al igual que los topónimos del mundo de aquellas Preciosas, se cargan enseguida de valor metafórico (aunque tal valor, por supuesto, ahora no sea reconocido).
Los saberes actuales siguen, pues, los azares de una distribución caprichosa. Un pragmatismo cínico, un relativismo moral extremo, conviven perfectamente con un "realismo científico", entre comillas. Dicho de otro modo, un semblante de ciencia, llevado hasta la parodia, se convierte en la coartada perfecta para seguir las indicaciones del fantasma de cada uno, sin que ello impida una cierta colectivización de aquello que en el fantasma se presta a lo genérico, lo que se puede compartir. Y es con esto con lo que se acaba construyendo un geografía de las pasiones contemporáneas, para proponer luego a cada cual que lo recorra con la ayuda de expertos.
En su uso pragmático, el saber se degrada a la categoría del conocimiento, más acorde con el inglés "knowledge". Se suele hablar en nombre de un (falso) real cualquiera, que aparece en el horizonte como última garantía, ya que no queda ninguna otra. Pero, en todo caso, el "knowledge" permanece exterior a dicho real, o lo real permanece exterior al "knowledge". En todo caso, se le impone el filtro de una interpretación que se da por supuesta (se trata del reino de lo "evidente"). Recuérdese en este sentido el uso de "evidence", término inglés, en algunos contextos como el de la medicina o la psiquiatría.
Las relaciones entre una semblantización generalizada y el realismo cientifista son ciertamente complejas, difíciles de cartografiar. En efecto, el descubrimiento de que "todo es semblante" conduce a cosas tan "reales" como la modificación de los cuerpos mediante la cirugía, entre otros recursos. Podría decirse que si, el cuerpo como semblante hubiera sido adecuadamente deconstruido, el valor de la anatomía hubiera perdido algo de su brillo. Pero, como se ve, no todos los semblantes caen al unísono. El de aquellos vinculados de algún modo con cierta versión de la realidad (por ejemplo, la realidad del cuerpo) no sólo se resisten a caer, sino que se ven revalorizados. Lo cual, al mismo tiempo, es sólo una parte de la cuestión, porque la belleza, una vez introducida en lo que siguiendo a Benjamin llamaríamos la "era de su reproducibilidad técnica", se ve amenazada por una devaluación que no ha hecho más que empezar (hoy día, la belleza se fabrica y se compra, con lo que queda sujeta a las leyes del mercado). Por supuesto, por otra parte, no bastan explicaciones "científicas" de la belleza, basadas en ideas de simetría, o evolucionistas, o etológicas, que son la forma atenuada de eugenismo con la que hoy convivimos.
¿Cómo se sitúa el psicoanálisis en este panorama?
En primer lugar, podemos mencionar un uso del termino orientación en los Escritos, en particular en "Kant con Sade", donde ciertamente no se trata ni de estrellas, ni de caminos iniciáticos, ni de Bildungsroman, sino, más precisamente, a la posición del objeto en el lugar de la causa en los esquemas del fantasma sadiano. [4] Por otra parte la idea de orientación es retomada igualmente en el grafo del deseo.
Podemos mencionar igualmente la fórmula acuñada hace algunos años por Jacques-Alain Miller, en el sentido de una orientación por lo real. Ahora bien, el real del psicoanálisis no es el real de la ciencia, de la ciencia física, por ejemplo, como Lacan plantea en el Seminario XVIII [5]. Y todavía se encuentra mucho más lejos del falso real del cientifismo, que nada tiene que ver con el de la ciencia. En todo caso, para el psicoanálisis se trata de retomar la especificidad de este real en juego, por un lado, y por otro lado de pensar cuál sería su relación con los semblantes. Sólo de este modo es posible desmarcarse de las consecuencias de la forma en que históricamente se ha planteado la oposición entre semblantes y real. Porque la destrucción de los semblantes en nombre del real de la ciencia no produce ninguna orientación verdadera. Al contrario, conduce a una semblantización generalizada.
Probablemente es una singularidad del psicoanálisis encontrarse en la posición desde donde es posible cuestionar de otro modo la relación entre semblantes y real. [6] Lo que el psicoanálisis puede decir, en contra de la opinión común, es que el real que importa no es algo sobre lo que se pueda meter la mano una vez apartados los semblantes. Esa no es la vía para acceder a él.
O sea, que el padre sea un semblante, no significa que se pueda convertir al genitor (vía análisis genéticos) en aquello que lo suplante. Ese supuesto real genético, que se ofrece para "resolver" la incertidumbre de los semblantes relacionados con la paternidad, es falso. No es falso porque los genes mientan, es falso porque se ofrece como verdad para así denunciar la supuesta falsedad del semblante paterno.
En el otro extremo del espectro, el psicoanálisis puede decir, en contra también de la opinión común, que lo real, aunque no se pueda conocer, no se puede ignorar. Hay un límite para todo discurso pragmático, para cualquier versión del hacerse a uno mismo, que es hacerse siempre bajo la guía de algún saber y a menudo algún experto. En esta zona del mapa contemporáneo, podemos sostener, por ejemplo, que el hecho de que el padre no sea el genitor no implica que la paternidad se pueda inventar a medida; ni que el consenso social y jurídico en aplicar a alguien, en un momento dado, el significante "padre", consiga que tal significante refiera a nada más que a sí mismo. La prueba de lo que este nombre pueda o no llegar a nombrar es algo que siempre se dirimirá en otro lugar, en otro momento, en otra escena, de acuerdo justamente con un real que está necesariamente en juego y que es rebelde a toda ficción, jurídica o de otra naturaleza.
Verdaderamente, pues, el nuevo mapamundi en el que nos movemos es complejo. Comprende lugares como "La ciénaga de Faux Semblant", "El faro de la clara realidad", pero también existen otros parajes, como el "Dulce jardín del Bello Semblante", "El coto del real domesticado", e incluso el precioso "Parque temático de la Realidad Aumentada".
Este último es particularmente curioso, y una consecuencia, entre otras, del GPS, que posibilita la localización certera a nivel planetario, borrando toda zona de sombra. Recientemente se han patentado nuevos tipos de software que permiten, a cualquiera que esté equipado con un teléfono móvil con cámara y GPS, enfocarla hacia una imagen significativa (una montaña, un puente, un edificio..) para recibir inmediatamente todo tipo de informaciones, desde el nombre del objeto en cuestión, hasta su historia, así como recomendaciones varias... Más allá del invento en sí mismo, lo interesante es el nombre que recibe este nuevo dominio: la "realidad aumentada". Es como si la realidad ya no fuera suficiente, como si, a medida que se ha ido haciendo (supuestamente) más accesible y transitable, algo se perdiera, y entonces resultara necesario añadirle un plus. Plus, por un lado, en términos de conocimiento, pero al que por otro lado se asocia alguna modalidad de plus de goce prêt-à-porter.
¿Cómo nos orientamos con el psicoanálisis de orientación lacaniana en este panorama? Como decía antes, una aportación esencial del psicoanálisis es un replanteamiento desde bases completamente distintas de la relación entre semblante y real. En efecto, aunque el psicoanálisis ha contribuido a la crítica de determinados semblantes como tales (Lacan habla del significante amo en el discurso como semblante, en el Seminario XVIII), y si bien sostiene la idea de que la única orientación es aquella que parte de lo real, no dice que terminar con los semblantes de acceso a lo real – ni sostiene la posición contraria: que la inaccesibilidad de lo real justifique la semblantización generalizada.
Por el contrario, circunscribir nuestro real implica un cierto uso de los semblantes, también su diferenciación. En efecto, no todos los semblantes son iguales, algunos tratan de decir y hacer algo con lo real en juego. ¿Qué se puede extraer de ellos, cómo hacerlo? Como dice Lacan, igualmente en el Seminario XVIII, hablar implica necesariamente la metáfora, pero no todas las metáforas son iguales: algunas están hechas para no funcionar [7]. Se trata de buscar, en todo caso, otras mejores.
Si en esta orientación el psicoanálisis privilegia el síntoma, es precisamente porque éste en sí mismo resitúa la cuestión semblante/real bajo otra luz. En efecto, el síntoma es formación, Bildung, pero ello no impide que su referencia sea un real, marca de goce de pura contingencia. Es esta doble cara, el vínculo inédito, singular, entre sentido y referencia, lo que (como hace años planteaba Jacques-Alain Miller en el Seminario de Barcelona) merece el nombre de Sinthome. [8]
Por terminar con una metáfora, diré que para el psicoanálisis la orientación no viene ni del sextante, ni de los Santos Lugares, ni de la Meca, ni de la Carte de Tendre, ni de la Estrella Polar de la familia, ni de la Cruz del Sur de la relación sexual, como tampoco del GPS y su "realidad aumentada". Nos orientamos con algo así como agujeros negros, pero no los del cielo sino los de cada uno. Como la mancha negra en el hocico del caballo del Pequeño Hans. Pero claro, los agujeros negros no se ven directamente: se ven sus efectos sobre una luz que no les es propia, sino que la deforman de un modo característico. Lo real del síntoma deforma los semblantes que lo rodean, dejando en ellos una huella singular que, ella sí, es legible. Tal es, creo, la orientación implícita en el par semblantes y sinthome.
Se trata, pues, como plantea Jacques-Alain Miller en "Semblants et sinthome", de seguir la indicación de Lacan de hacer de los semblantes algo operativo en el dispositivo mismo del psicoanálisis, y ello en una dirección precisa, la que se deriva de la idea de que es ahí, operando con ellos, como resulta posible que tome relieve lo que de ellos nos importa: cierto borde que sitúa el núcleo de goce del hablanteser. [9]

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