Para orientarme en el título que Guillermo Belaga me propuso para esta intervención, elegí, tal como me vinieron a la mente, 4 breves viñetas. Mi propósito es abrir una discusión sobre el círculo vicioso que se produce entre la identificación y la segregación y proponer una perspectiva diferente para pensar la segregación por fuera del registro identificatorio. Todo en 15 minutos, así que resultará apretado.
La Señora C consulta a una psicoanalista: teme que alguien pueda ver en su cuerpo signos de un embarazo. Para eso se somete a dietas estrictas. Una mujer embarazada le da asco. Odia a los niños. Desde el primer momento advierte a la analista que no viene ni para casarse ni para tener chicos. "No quiero que esto termine levantando en brazos a un bebé". La mujer –agrega- no tiene que ser maternal solo porque su cuerpo sea apto para engendrar. Veterinaria de profesión, afirma que jamás hubiera podido ser médica "todos los cachorros me fascinan, salvo el cachorro humano" Los humanos no son más que biología caminando.
La Señora P, en cambio, sufre porque su cuerpo le niega lo que su ideal le pide. Quiere ser madre, y no consigue embarazarse. También se dirige a un psicoanalista, en este caso al Doctor Lacan. Él le sale al cruce a su sufrimiento: -Y usted ¡¿quiere parir como todo el mundo?! Eso fue suficiente para orientarla en otra dirección.
Para ambas mujeres, no ser como todo el mundo tiene un valor especial.
La primera, que no dispone de la significación común que suele dar el Nombre del padre, se inventa a sí misma como veterinaria y obtiene gracias a esto una solución a la amenaza de una reproducción ilimitada que se revela en sus sueños. La prudencia de la analista no cuestiona su solución y el análisis le permite afianzar una especialidad en el área de emergencias veterinarias donde atiende a animales hembras que padecen complicaciones en el parto.
La segunda, neurótica, tiene en cambio que pasar por el campo del Otro para este legitime su excepcionalidad histérica.
Stepahnie x, empleada de France Telecom, se lanzó por la ventana del 4° piso después de enterarse de que reestructuraban su sección y ella era transferida al ámbito de otro jefe. Dos días antes, un empleado de 52 años se había clavado un cuchillo en el estómago delante de sus jefes y poco antes un hombre de 51 años se arrojó desde un viaducto sobre la autopista tras dejar una carta en la que acusaba que el clima de trabajo en la empresa lo había llevado a tomar esa trágica decisión. En total, en un año y medio, 25 empleados de France Telecom se suicidaron. Otros fueron salvados tras un intento fallido. Epidemia de suicidios, dice la prensa. BHL también. Los sindicatos denuncian como telón de fondo el programa de modernización de la empresa, que forzó a miles de trabajadores a trasladarse a lugares distantes de sus familias, cambió las condiciones de trabajo y desplazó a personal técnico hacia puestos de oficina y call centers.
Lejos de la solución esperanzadora que los mineros de la ciudad de Grimley encontraron a través de la banda de música, en Tocando el viento, la película de Mark Hern que denuncia las consecuencias de las políticas económicas llevadas a cabo por M. Tatcher en Inglaterra en los 90, los empleados del France Telecom padecen más bien lo que Richard Sennet describe como la corrosión del carácter y las consecuencia personales del trabajo del nuevo capitalismo : estar a la deriva perdiendo el control de la propia vida.
Sin embargo, lo que sorprende de los suicidios de FT es el fenómeno de identificación que termina formando un nuevo conjunto con los segregados del contexto laboral. No se trata solamente de que los medios hablen en plural de "los suicidados", agrupándolos, sino que suicidio mismo, y de un modo curiosamente paradojal, deja de ser un acto singular y además de ser un mensaje in extremis dirigido a la empresa, reinstala entre la serie de los 25 un lazo desesperado, un lazo con los otros, digámoslo, aunque suene raro, una identificación con una comunidad de pares que no tienen en común un ideal sino que comparten su calidad de objetos caídos de la escena del mundo. Allí donde en otro tiempo las grandes huelgas o la agrupación política permitían una solución colectiva, la solución singular de los empleados de FT nos lleva a mirar más de cerca las paradojas de la identificación.
Algo igualmente peculiar- aunque en cierto sentido menos trágico- es lo que Cielo Latini, que conoció su momento de fama hace unos años con la publicación de su libro Abzurdah, manifestaba sobre la anorexia: La anorexia proactiva, decía entonces, no es una enfermedad ni un desorden. No se equivoquen; los anoréxicos tienen apetito e instinto de supervivencia como cualquier otra persona. Los seres humanos estamos signados no solo a poner alimentos en nuestras bocas sino a buscar esa experiencia repetidamente. La principal diferencia de los anoréxicos proactivos es que preferimos decir no a esos impulsos. Y he aquí lo sorprendente: sostenidas en este decir que no, el movimiento pro –Ana (nombre de jerga de la anorexia) reúne decenas de miles de jóvenes, casi todas mujeres y menores de 20 años a través de Internet,
Negarse a ser como todo el mundo no tiene el mismo estatuto para la señora C, para los suicidados de Telecom., para Cielo Latini o para la señora P. Para unos decir que no es una decisión insondable, para otros es la defensa a ultranza de esa diferencia subjetiva que el sujeto no esta dispuesto a sacrificar para el goce del Otro. Pero a pesar de sus diferencias, en cada caso el pecado del analista seria intentar reducir ese rasgo de excepcionalidad a una suerte común.
Pero este "decir que no" se paga caro, incluso con la vida, especialmente si se tiene en cuenta que el deseo del sujeto es un deseo de pertenencia, de inserción en el Otro en busca de un significante que lo represente. Así, no jugar el juego tiene consecuencias que van desde la incredulidad (unglauben) psicótica que se produce como consecuencia del rechazo a la impostura paterna (véase la Cuestión preliminar), al pasaje al acto; del sinsentido y el sin fe de la histeria hasta el sin deseo del depresivo.
Pero lo curioso es que decir que si, ponerse bajo un significante que haga del sujeto uno entre otros en el campo del Otro, implica necesariamente un efecto de segregación que conviene considerar atentamente.
A primera vista, la segregación parece realizarse respecto del Otro: segregación del Otro y segregación al Otro. Y entonces se habla segregación religiosa, racial, de género, etc. No obstante, estos son casos donde la segregación fortalece en definitiva la identificación en lugar de disolverla. El caso del movimiento pro-Ana, es un ejemplo de ello, si bien habría que preguntarse cual es allí el resorte de la nueva identificación, ya que no parece ser el ideal que Freud pensaba en su famoso capítulo 7 de la psicología de las masas.
Todas estas son en el fondo segregaciones que se producen por la incompatibilidad entre grupos constituidos y determinados por un rasgo, y entonces, lo que a primera vista parecen casos de segregación terminan siendo reciclados de inmediato –me gusta mucho esa expresión de Bassols- en la lógica de las identificaciones grupales: el clan, la tribu urbana, el club, el country, el grupo tal o cual, etc. Cada época tiene los suyos. La Escuela misma fue concebida por Lacan como un lugar de reidentificación para los desidentificados del discurso analítico, y las propias enseñanzas del pase son una manera de restablecer el lazo con el Otro que se encuentra afectado al final del análisis.
Se ve que prescindir de la identificación no es fácil, y tampoco es deseable. Lacan lo destaca en el párrafo tantas veces citado:
"Seguro que los seres humanos se identifican con un grupo. Cuando no lo hacen, están jorobados, están para encerrar. Pero no digo con esto a qué punto del grupo tienen que identificarse".
El problema presenta entonces varios niveles:
Primero, en apariencia, parecería que le identificación confiere una pertenencia al Otro. Pero si se mira un poco más atentamente, se descubre que la identificación me separa del Otro.- lo que rápidamente queda reciclado en nuevas identificaciones.
Es necesario entonces un tercer paso. Y entonces descubre que no es la identificación la que me separa del Otro segregándome y segregándolo. Es el goce lo que hace que el Otro sea Otro, radicalmente diferente a mi mismo, y más aún, es el goce lo que hace que el sujeto mismo sea ese otro para sí mismo, otro del que no quiere saber nada. A nivel del goce no hay identificación que reabsorba la segregación.
La expresión "ser parte de" condensa muy bien el meollo del asunto. Al deseo de inserción que lleva al sujeto a inscribirse en el campo del Otro como significante (alienación), le sigue necesariamente la separación, que no es separación del Otro sino del goce, la extracción que se opera sobre el cuerpo de esa parte de goce con la que el sujeto jugará en adelante su partida sin querer saber nada de ello (separación). Los fenómenos de identificación y segregación adquieren una dimensión diferente, menos sociológica y más psicoanalítica si se los considera en función de las estrategias –que van del amor al odio- que cada sujeto se da para arreglárselas con ese resto de goce segregado del cuerpo y separado del Otro.
Miller dedicó todo un año a explorar esta lógica en su curso Extimidad. Ustedes lo tendrán en las librerías en abril del año próximo. |